El McDonals de la plaza Taksim era nuestro punto de encuentro. Allí dentro -por el frío- esperé a Zeinep que vino a buscarme para llevarme a su casa. La conexión fue muy rápida y en nada estábamos hablando de temas de lo más dispares y desde ese momento hasta que cogí el sea bus y el autobús al aeropuerto, todo lo que sucedió fue interesante, intenso y especial.
Zeinep y yo y otro chico cuyo nombre nunca aprenderé
La semana transcurrió entre visitas turísticas, paseos por las calles de Istabul y encuentros con turc@s encantador@s que, dependiendo de su disponibilidad horaria, se prestaban a enseñarme la ciudad, tomarse un té o café conmigo o acudir a un encuentro CS con unas cervezas en la mochila. Entre todo esto unos días antes de llegar a Istanbul, Fatosh (mi segunda CS en la ciudad) me avisó de que había una excursión de un día a Kartepe pero que tenía que apuntarme rápido si quería ir porque las plazas eran limitadas. Como os podéis imaginar, desde que leí el mail hasta que me apunté pasaron cerca de 15 segundos, lo que tardé en hacer una lectura en diagonal de la convocatoria. Tan en diagonal fue esa lectura que sólo me quedé con las siguientes palabras: excursión, montaña, barbacoa, 2h de Istanbul. Bien, con tan breve información me hice una idea de lo que podía ser aquello: un grupo de gente interesante que habla inglés (importante en Turquía porque del turco no he aprendido ni a decir gracias, una palabra larga como no os imagináis y que a mí me hacía pensar en un cura porque acababa con algo como “secular”) y a quienes les gusta la montaña, tienen trabajos como las personas normales (ejem), viven en una ciudad como Istanbul, les gusta viajar, han vivido experiencias diferentes a las mías... vamos, que me daba igual dónde íbamos o si íbamos a montar en burra o a saltar en paracaídas.
Así que tres días después descubrí que en la montaña en cuestión había nieve, mucha nieve. Tanta que la gente acostumbraba a usar esquís o tablas de snowboard para deslizarse por sus laderas... vamos, que íbamos a esquiar. Gran sorpresa la mía que, claro, entre las palabras destacadas no estaba esquiar y hacía cerca de 12 años que no me ponía unos esquís.
Tanta como esta...
Aquí Ahmet esquiando o haciendo como que
Pero como en todo en la vida “todo es ponerse”.
Tras alquilar el equipo completo me dije: “mira, si lo has hecho una vez lo puedes hacer dos. Y 12 años no son tantos... no?” Me puse los esquís y empecé a probar si me acordaba de cómo se hacía. Primero en una pista que me parecía súper inclinada pero que al estar en ella me di cuenta de que, o me impulsaba yo misma, o eso no se movía. Así que me aventuré más allá y cambié de pista a otra que parecía más inclinada todavía y empezaba adarme un poco de vértigo. Tengo que añadir que aquí no había marcas que indicaran si una pista era verde, azul, roja o simplemente asesina. Así que era cuestión de analizar las posibilidades reales que tenías de bajarla de acuerdo con tu forma física y conocimiento del medio y de la técnica. Yo me repetía “a ver Laura, tú has llegado a bajar por pistas rojas. Vale que hace unos cuantos años pero, joder, esto no puede ser tan complicado”. Y por otro lado la voz de mi sana conciencia (la otra era la conciencia engañosa, la que te convence de hacer cosas imposibles y que yo ya sé que tengo bastante desarrollada) “ya pero si te rompes una pierna al empezar tu viaje la has cagado”. Y entonces la otra respondía “ya pero también te puedes romper un brazo y entonces no es tan grave, no?” Y como réplica recibía “ya pero es más fácil que sea una pierna, ya sabes, los esquí son largos y las rodillas se pueden torcer de miles de formas diferentes”. Y así hasta que decidí por mí misma (la conciencia engañosa ganó) que ese no era mi día ni para matarme ni para romperme nada, que simplemente no estaba en mi destino. Y me lo creí, vaya si me lo creí. Y empecé a deslizarme, esquivando cuerpos en el suelo en posiciones extrañas, que apenas veía gracias a la estupenda ventisca que me acompañaba (of course dentro del equipo alquilado no había unas gafas) y pensando que para qué era necesario ver, si lo que tenía que hacer era sentir mi cuerpo y recordar cómo tenía que moverme para controlar los esquís.
Y tengo que decir que lo logré. No vamos a juzgar la elegancia con la que lo hice, no es necesario, no? Pero llegué al final sin haberme matado, roto una pierna o atropellado a algún incauto. Ya os lo dije: estaba en mi destino.
Y desde ese momento todo fue subir y bajar sin parar. Cada vez me apetecía bajar cuestas más empinadas, aunque he de decir que fui bastante prudente. Y mientras lo hacía pensaba: “12 años sin hacer esto!! en qué he estado pensando hasta ahora!! pero si me encanta y se me había olvidado!!! el año que viene en España me lo monto como sea para volver a esquiar (o lo que sea que estoy haciendo hoy)” Y sabéis, desde que exploré la posibilidad del barrio rojo de Amsterdam no habrá cuestión de dinero que se me resista.
Y así me pasé varias horas, que podrían haber sido días enteros, hasta que cerraron las pistas y nos fuimos a casa de uno de los CS a hacer una barbacoa en su terraza. Os recuerdo que la temperatura media era de 2 grados, pero “sarna con gusto no pica” decía mi abuela. Y a esas altura del día todos (unos 30) matábamos por comer algo.
A funny pic of the BBQ
Sin duda un día lleno de descubrimientos.
jajajajajajaja laura bueniiiiiiiiisimo, yo tambien estuve esquiando hace poco... hacia unos 7 u 8 años k no lo hacia y creo que senti algo muy parecido a lo que describes jejeje
ResponderEliminar