domingo, 5 de septiembre de 2010

Lo exótico de cumplir 29 en casa

Hace ya mucho años que no estoy por mi cumpleaños en casa. El año pasado lo pasé en India. Muy bien acompañada, aunque lejos de casa. Y el resto, desde los 21, en Barcelona.

Tras tantos meses fuera de casa, lo éxotico no es pasar mi cumple en Indonesia, como inicialmente tenía previsto, sino en casa. Y a casa me refiero a Salamanca.
Barcelona también es mi casa, pero de otra forma. Quizás podría decir que es mi casa de adulta. Y la otra es mi nido. Y siento que me apetece volver a nido. Aunque sea por unos días.
Así que mis planes han cambiado de la mañana a la noche y, de repente, tengo un vuelo en mi email que llevará a Madrid desde Tailandia.
Y como el tema es mi cumple, pues allá va un mini reportaje de la prota :P



Lo que parecía lejano, ya lo es menos. Y me alegra que sea así.

Os veo muy prontito.

Os mando un gran beso y un cálido abrazo.

Laura

jueves, 2 de septiembre de 2010

Desde Sri Lanka con amor

Tal y como decía la guía: monzón en la costa sur de Sri Lanka. No será para tanto, pensamos Sílvia y yo. Y aquí estamos, el último domingo de agosto, sentadas en la cama de nuestro hotel, barato debido a que no es temporada, viendo como llueve fuera desde primera hora de la mañana, escuchando la música que, de lejos, anima una boda local. No sabemos si budista o Tamil, es decir, hindú.
Acabo de terminar de leerme Pura Vida, obra de Mendiluce que me ha dejado con el ánimo como el del día, algo gris aunque todavía luminoso. Pero eso sí, muy sensible a las palabras, a las historias a volverme a comunicar con vosotros a través del blog. A volveros a hacer partícipes de mi aventura. Una aventura que ha cambiado sus trazos en los últimos días.

Tras una Cambodia rápida y con ganas de más, me encontré con Sílvia en Colombo, una ciudad grande, sin más aspavientos que los del tráfico y el ruido propios de tal, en Sri Lanka y en cualquier otra parte del mundo. Las ancien cities y sus ruinas fueron nuestra primera parada.
El primer día, demasiadas piedras y demasiadas pocas historias. Un poco duro para mí, que carezco de la sensibilidad necesaria para apreciar el significado sino queda la historia algo más dibujada.
Por una parte, miedo a estar cansada de viajar y, por ello, no sentir la emoción que acompaña al descubrimiento. Y por otra, el miedo a que se notara demasiado, a que se convirtiera en la tónica general del viaje y, por lo tanto, esto afectara a Sílvia, que tanto tiempo llevaba esperando su regalito del año. Al final, falsa alarma.
Esa primera semana nos movimos rápido, visitamos todas las ciudades antiguas, las ruinas, los restos, los Budas milenarios, sus templos... y disfrutamos. Y yo en concreto acepté que hay un tipo de ruinas que no me inspiran gran cosa, pero que otras me llegan a emocionar. Era simplemente una cuestión de gustos. Nada más.
El encuentro con una pareja de vascos que nos acogieron en su furgo con su conductor hizo que nuestro timming, tan bien preparado por Sílvia, ganara días de vacaciones. Llegamos a pensar, a medida que ganábamos días, que al final nos pagarían por estar allí en vez de al revés.
Como siempre nos ha pasado, tras unos días Sílvia y yo compartimos los miedos que teníamos sobre el viaje (que comprobamos que eran los mismos): ¿Quizás Sri Lanka era demasiado parecida a India? ¿Estaría Laura cansada de esta zona del mundo? ¿Disfrutaríamos del país? ¿La gente sería amable o volveríamos a encontrarnos con el carácter de los chinos como acompañante?
Y con sonrisas y muchas palabras, que a las dos nos encanta hablar y hablar y hablar y hablar... llegamos a la misma conclusión: la gente es encantadora, todavía no maltratada por el turismo, ni vendida por un dólar, y el viaje volvería a ser una experiencia maravillosa para las dos. Un reencuentro tras tantos meses sin mi Bridget particular, ¡¡sin mi Louise!!

Thelma & Louise on the road again!

Pasada la primera semana nos movimos hacia las plantaciones de té que tan maravillosos paisajes ofrece. Abandonados ya los tuk tuks a precio de oro, decidimos continuar el viaje en trenes y autobuses locales.
El turismo en Sri Lanka requiere una pequeña inversión. Sin duda es más caro, bastante más caro que India. Pero lo que se lleva la pasta es la entrada en las diferentes reservas históricas y naturales. Aquí ya hablamos directamente en dólares y he de decir que con menos de 20 no tienes ni para empezar. Y la casi inevitabe (siempre hay formas de evitarlo) forma de moverte entre ellas que te obliga a ir en tuk tuk o con conductor privado. Mucha gente viene con el chófer y el coche alquilado desde sus países y, aunque caro, es muy práctico.
Sílvia y yo lo hicimos a medida que llegábamos a los sitios, y siempre encontramos el modo de hacerlo en la versión más económica posible, pero requiere de cierta paciencia y algo de suerte. María e Igor, los vascos, nos lo hicieron más sencillo, sin duda.

Y tras pasar un par de días practicando el arte de la retórica y el debate frente a un par de pares de tés en lo más parecido a una cafetería que encontramos, salimos de Nuare Liya y de su incesante lluvia londinense. Y es que por alguna razón los ingleses trajeron el té a esta zona de Sri Lanka... Ceylón se llama y por lo visto es el mejor del mundo.

Y llegamos a Ella, que no él, tal y como me dijo mi hermano, no por una cuestión de género sino geográfica. Vamos que aquí o es ella o no es nada. Y allí disfrutamos de sol, de naturaleza montañosa y de nuevos trayectos en tren con vistas bonitas, que no espectaculares, como se las prometía. Era ya el segundo tren que cogíamos y ya sabíamos que en primera no había posiblidades  de tener billete y que en segunda, de lo que no habría posibilidades era de sentarse.
¡Empuja fuerte!, como si de un parto al revés se tratase, era la frase para poder entrar entre tantos srilanqueses. Una vez traspasada la puerta había que encontrar hueco para las mochilas y ubicación para los pies, de modo que los traqueteos no te tiraran encima de alguien. Mujeres sentadas en el suelo con bebés y niños pequeños sobre sus piernas dormidos como benditos; la madre, el hijo y el otro hijo sentados en un mismo asiento, unos sobre otros, y los otros dos niños con el culo en cada una de las mitades del otro asiento libre. Y nosotras, de pie, intentando acomodarnos lo mejor posible, a una distancia prudencial que permitiera comunicarnos entre nosotras sin dar muchas voces. Así unas 3 horas. Tampoco es para tanto. Y, sin embargo, la experiencia fue en ambas ocasiones muy especial. Pudimos ver cómo para que nos pudiéramos sentar al final del trayecto una familia de 4 miembros se achuchaba en dos asientos y nos dejaba los otros libres para las dos. Al final, uno de los dos niños acabó en las rodillas de Sílvia.
La verdad es que son encantadores.
Y bueno, ahora, a una semana de que Sílvia vuelva a España está echándose la siesta del burro, a la una del mediodía, ante la inevitable espera a que la lluvia remita.

Quizás veamos ballenas y/o tortugas, todo dependerá del tiempo y la pasta.

Os lo cuento en el próximo post. O quizás a la vuelta.

Un beso a todos! Os echo de menos!

Laura

jueves, 5 de agosto de 2010

Y por último, no me podía ir sin dedicar un post a Varanassi

Varanassi, luz en la oscuridad, oscuridad en la luz

¿Por qué? Os explico.
Varanassi es conocida como la ciudad donde la gente va a morir.
Una ciudad llena de muerte, pensaba yo, debe ser bastante lúgubre, oscura y triste. Pero Varanassi, tal y como yo la he vivido está llena de luz. Y, sin duda, de intensidad.

Impresiona, sí. El Ganges tiene una fuerza a intensidad muy especiales. Y los rituales que se celebran en sus orillas y aguas nunca te dejarán indiferente.
Como sabéis, el Ganges es un río sagrado. Según las epopeyas indias, el Ganges nació de Vishnu, uno de los tres dioses principales. La historia relata que una día estaba Shiva cantando y Vishnu le escuchó. Tan maravillosa era la melodía que comenzó a derretirse y Shiva, al verlo, decidió recogerlo en un frasco de cristal. Acto seguido, vertió el contenido del frasco sobre la tierra y donde cayó, nació el Ganges.
A lo largo del Ganges, dentro de la ciudad de Varanassi, se extienden 80 Ghats, que son las explanadas que dan acceso al río. Cada uno con un nombre diferente. Allí, cada mañana, los lugareños y peregrinos se acercan a purificarse y a rezar. Porque a pesar de que el agua del Ganges contiene más de 1 millón y medio de partículas peligrosas para la salud más que cualquier agua potable -un 95% procedente de aguas fecales y residuales- para los indios su agua es una agua sagrada y lavarse en ella significa purificarse. Y rezar al Ganges es un ritual que se celebra de manera más íntima antes de comenzar el día en sus orillas y en las ceremonias públicas celebradas por los brahamanes (casta superior, que se supone nacida de la cabeza del dios creador: Brahma) al atardecer en dos de los Ghats principales. Esto sucede cada día.
En Varanassi la puja o ceremonia de alabanza al Ganges es muy espectacular. Varios Brahamanes mezclan incienso, fuego y ofrendas al Ganges acompañados de la música devocional dedicada al río sagrado. No se sabe muy bien si esta ceremonia está más bien orientada a satisfacer las expectativas de turistas y peregrinos o es parte de la cultura y los rituales originarios de la ciudad. Sea como sea, merece la pena verla, aunque sea tan sólo una vez.
En todas las ciudades sagradas -bañadas por el Ganges- se celebran 1 ó 2 pujas al día. Desde mi punto de vista, la que más me ha gustado en India es la de Haridwar, a 20km de Rishikesh. La ciudad en sí no vale nada y sus habitantes son todos unos timadores profesionales. Así que si vais, lo mejor es hacer noche allí para ver la puja del atardecer y la del amanecer, pero nada más.

Siguiendo con Varanassi, por otra parte están los Ghats crematorios. En ellos, en público, se incineran los cuerpos de los difuntos a casi cualquier hora del día. Cuando más impresiona es por la noche, cuando las luces principales de la ciudad desaparecen y dejan paso al fuego de las hogueras.

Durante el día, se pueden ver pasar grupos de hombres con camillas hechas con bambú por la ciudad: los porteadores que, a ritmo militar, trasladan los cuerpos de los difuntos, tapador por telas de vivos colores, a uno de los dos Ghats crematorios.
Manikarnika es el más grande. Nada más acercarte al Ghat, lo primero que ves es una pila de troncos de madera de más de 3 metros apilada contra una pared. Esos troncos proceden de diferentes maderas, de mayor y menor calidad, es decir, que quemarán el cuerpo más rápido y mejor o no. Y, por lo tanto, su precio será más alto o menos. La cremación es el paso de la impureza a la pureza, y si este proceso se hace en Varanassi, habiendo sido previamente sumergido en el Ganges, significa que se romperán los ciclos de reencarnación y pasarás directamente al paraíso.
Este es el mayor deseo de los indios.

Pero es cierto que en India también se pueden ver tumbas. Porque al ser un país tan grande, no todos pueden venir a Varanassi a ser incinerados, o simplemente a esperar la muerte. Así que son enterrados en sus lugares de origen en tumbas de vivos colores: amarillo, azul...

India es un lugar muy especial en el mundo. Y Varanassi lo es dentro de India. Si vas, no te asustes. Observa con respeto, estás viendo las tradiciones más ascentrales en su estado más puro. La muerte, vivida desde la luz, desde la purificación y limpieza. Y desde la practicidad en muchos casos.
Morir en Varanassi es una bendición.
Hombre santo sentado en el chiringuito donde bedice a sus fieles. A la orilla del Ganges.
Ghats en Varanassi
Ofrenda al Ganges. Se enciende la vela, se dan tres vueltas pasándo la ofrenda por encima de la cabeza, se pide lo que se desea que el Ganges te conceda y se coloca en el agua. La corriente del Ganges se la lleva.
Brahamanes en la puja (ceremonia) vespertina en el Ganges
Manikarnika Ghat. Es el ghat crematorio principal.

Bye, bye India

04/08/2010
A unas 3 horas de vuelo de Kuala Lumpur, siento que recupero energía. El vuelo está siendo muy muy cómodo, pese a ser de bajo coste: los azafat@s son encantadores, ¡incluso me está gustando la comida del avión!, en los emails que me he intercambiado con el hostel, la gente me ha parecido un amor... ¡Si es que hasta la moneda me hace gracia! Acabo de pagar la comida del avión en dólares y me han devuelto en la moneda malasia: los ringgits. Que es como una onomatopeya telefónica en papel.
Tengo que deciros que a estas alturas, y tras casi 5 meses en India, necesitaba salir. En los últimos tiempos, la paciencia con los indios y su manera de hacer las cosas, sus casi perpetuas intenciones de timarte e interpretar lo que dices, lejos de continuar haciéndome gracia y creándome curiosidad, me llevaban a la exasperación más absoluta en menos que canta un gallo. Tenía que irme. Menos mal que el último mes lo he pasado entre amigos y familia: mi madre y Charo, Lizzy y Dídac.

Y la verdad es que no me arrepiento ni un segundo ni del tiempo que he pasado en India ni de las rutas que he hecho. Todavía me quedan cosas por conocer y sé que volveré, pero en estos momentos quiero ver otros países, otra gente y relajarme un poco, porque si de algo me he dado cuenta en el último mes, es de que India es un país en el que uno pelea mucho. Más si se es mujer. Yo ya me he acostumbrado y lo he hecho parte de mí, me he vuelto leona, pero ahora me gustaría volver a ser yo misma: un poco happy flower, sonriente, relajada y sexy. ¡¡¡Porque estoy hasta las narices de taparme hasta las cejas con 40 grados a la sombra!!!
Así que ¡allá voy sudeste asiático! A disfrutar como una gatita y a pelear como una leona, si es necesario.

domingo, 18 de julio de 2010

El escupitajo geográfico

La carretea de Manali a Leh es una pesadilla de 20 horas. Eso todos lo sabemos. Lo que no sabemos es lo que sudece si llueve durante 4 días consecutivos. Y os prometo que por más que os intente explicar o poner en imágenes, nada te prepara para la realidad.

El día 6 inicié con Dídac mi vuelta a Delhi. La haríamos en el coche de Vicky y decidimos salir a las 5 de la mañana. Fuimos a llenar el depósito y, por si acaso, llenamos una garrafa de 5 litros con más gasolina. En las 20 horas que nos llevo la ida no encontramos ninguna gasolinera.

Y con sueño pero la ilusión de dormir el mismo día 6 en Manali, iniciamos, de nuevo, una de las rutas más peligrosa del mundo. No sabíamos nada de lo que había pasado los días anteriores. En principio la carretera estaba abierta. Teniendo en cuenta que sólo está abierta 3 meses al año y que este año la habían abierto un mes más tarde de lo habitual, te hacía pensar que el viaje iba a ser como la ida: largo, tortuoso por la inexistencia de carretera y peligroso, pero nada más. Eso ya lo conocíamos, así que tampoco era para tanto.

Pero nos equivocábamos.
Para que os hagáis una idea de lo que nos encontramos os animo a que penséis en mucha agua, pero mucha, mucha, mucha agua (ríos de agua donde debía haber carretera) glaciares, nieve, hielo, barro, 4 desprendimientos de tierra (desprendimientos de montañas, me refiero), rocas de 1 metro por 2 metros, gravilla, más rocas pequeñas, baches inmensos, piscinas de agua naturales que hacían pensar que nos íbamos a sumergir en ellas hasta el cuello sin remedio, lluvia, nieve, agua, más agua, más barro... Y que os lo metáis todo esto en la boca. Os enjuaguéis la boca con ello y lo escupáis donde más os apetezca. Da igual donde, el resultado es el mismo: un escupitajo, ¿verdad? Pues esto en versión geográfica, es decir en medio de un paraje montañoso, es lo que nos encontramos.

De nuevo, el paisaje -cuando lo podíamos ver porque la niebla había desaparecido- era maravilloso. Pero estar en un coche en esos caminos era simplemente una pesadilla que te helaba la sangre al sentir lo fácil que era acabar descendiendo con el coche por ese magnífico río que no existía con anterioridad y que había ocupado el espacio de un supuesto camino, que no carretera. Y no es que nos imagináramos lo peor, es que acabábamos de ver un camión destrozado a 30 metros de donde estábamos pasando nosotros.

Aún así, las primeras 8 horas no fueron tan malas si las comparamos con las siguientes. Encontramos nieve al poco de comenzar a subir y cuando llegamos al paso más alto -unos 5.000 metros- paramos a calentarnos con un tecito al abrigo de una tienda de campaña. Allí nos encontramos con unos valientes motoristas que se dirigían a Leh. Sin duda, habían dejado atrás lo peor. Y es más, ni se lo habían encontrado. Habían tenido la suerte de empezar el viaje antes de que la carretera (por darle un nombre) se hiciera casi intransitable o incluso quedara bloqueada.

Seguimos nuestro viaje y unas 2 ó 3 horas más tarde nos encontramos con una zona de nieve donde los glaciares eran los protagonistas. Seguía nevando.
Una fila de camiones frente a nosotros nos indicó que algo no iba bien. Demasiados juntos. Nos quedamos parados debajo de un glaciar. En el coche hacía mucho frío pero teníamos música, el ordenador, abrigos... no estaba tan mal. Claro, cuando el tiempo empezó a pasar y la mejor posibilidad era quedarnos a dormir allí mismo en el coche, la cosa cambia. Si le añades que tienes un glaciar sobre tu cabeza que puede desprenderse en cualquier momento, todavía cambia más.
La noche llegó y ya nos habíamos hecho a la idea de que dormiríamos allí así que nos pusimos a ver una peli en el ordenador (gracias Umut, PI nos iluminó la noche) hasta que cogimos el sueño cubiertos con los abrigos y el resto de la ropa de invierno que teníamos. Por lo menos nos habíamos movido y el glaciar inicial ya no cubría nuestras cabezas. Ahora lo hacía otro más pequeño.

7 horas más tarde la fila comenzó a moverse. A las 2.30 de la mañana conseguimos alcanzar Keylong -la aldea más grande de la zona-. A mí, des estrés del viaje y del mismo viaje en sí, se me cerraban los ojos solos. Nos pusimos a buscar guest house donde pasar la noche y tras probar en 3, la cuarta tenía luz. ¡Estaban viendo el futbol! La Worldcup nos salvó de dormir en el coche.
Tal cual estábamos nos fuimos a dormir. Con suerte la carretera desde Keylong a Manali seguiría abierta a la mañana siguiente, día 7 de julio.

Con calma desayunamos e iniciamos de nuevo el camino. Ahora ya no nevaba, sólo llovía. Que la carretera estuviera abierta era todo un misterio. Preguntamos a varios locales y la conclusión que sacamos era que teníamos que probar. Así que para allá nos fuimos. Y de nuevo nos volvimos a encontrar con el escupitajo geográfico en toda su expresión. Todos sufríamos por los bajos del coche cuando escuchábamos que rozaba o arrastraba una o varias piedras y rezábamos para que la suspensión no muriera en el camino. Cada vez que pasábamos por una piscina de agua volvíamos a rezar para que el coche no se quedara encallado y el agua no fuera tan profunda que entrara dentro del coche. Y al pasar, respirábamos de nuevo.
Unas 3 horas más tarde y tras haber pasado un par de desprendimientos de tierra grandes, convertidos en ríos de barro pensábamos que al fin y al cabo la cosa no estaba tan sumamente mal. Que si ese era el desprendimiento que nos podía bloquear habíamos tenido suerte y ya lo habían desbloqueado. Pero no, de nuevo nos encontramos con el escupitajo. Esta vez convertido en vómito. Después de pasar Sissu (una aldea preciosa) nos volvimos a encontrar con una hilera de camiones. Mala señal.
A menos de un kilómetro de donde tuvimos que parar la tierra se había comido todo lo que encontrí a su paso. Es decir, el camino. Yo no lo vi. Pero Dídac le dio como mínimo dos semanas de trabajo para poder volver a abrir la carretera. Yo me quería morir. El 9 llegaban Charo y mi madre a Delhi. ¡Tenía que estar allí! Joder, ¡había salido con 3 días completos!
A nuestra izquierda salía otra carretera que, por lo que nos contaban los locales que andaban por allí, los coches que habían intentado cruzarla se había vuelto.
De nuevo decidimos intentarlo. Lo peor sería que tuviéramos que volver.
El súper coche de Vicky podía con todo. Y Vivky es, auqnue bastante joven, muy buen conductor. Aún así el pobre llevaba todo el camino conduciendo. Bueno, vale, excepto unos pocos metros kilómetros que condujo Dídac -muy buen conductor también, pero europeo. Hay que ser indio para conducir en semajantes condiciones-.
Y entonces vimos por qué se volvían. Ahí os dejo la foto. Creo que lo explica claramente. (en cuanto pueda descargarla os la subo, no he podido, sorry)

Y lo pasamos como unos campeones. Dídac ya llevaba un rato descalzo después de haber metido los pies en el fango casi hasta las rodillas, así que pasó por el agua saltado de roca en roca. Yo tuve la suerte de pillar un coche más grande detrás de mí y pasarlo en coche. Lo siento, pero fue acojonante. Cuando terminamos de pasarlo y continuamos me temblaban las manos.

Pero pasamos.

Todavía nos quedaba el paso de Rothang, que no sabíamos si estaba abierto. Llegamos al punto de control policial donde hay que enseñar los pasaportes y nos encontramos con todos los minibuses que habían dejado Leh el mismo día que nosotros pero 3 horas antes. Habían pasado la noche allí porque la carretera estaba bloqueada. Otro desprendimiento de tierra.
Al poco de llegar nos informaron que la carretera volvía a estar abierta. ¡¡¡Yujuuuu!!! llegaremos hoy a Manali!!! No estaba tan mal eso de llegar un días más tarde. Al fin y al cabo yo tenía que hacer todavía de Manali a Delhi, que eran otras tantas horas de viaje.
Pero de nuevo, tras unas 2 horas de viaje nos encontramos con otra fila de todos los transportes que había salido desde el punto de control.
Otro desprendimiento de tierra. Esta vez sí me acerqué a verlo. Hacía un frío de muerte, pero allá nos encaminamos.
Había visto en documentales otros desprendimientos de tierra, pero nunca en directo. Y nunca me podría haber imaginado algo así. Literalmente, un trozo de montaña se había desprendido (como su nombre indica) y había caído sobre el camino. La definción está clara pero no la dimensión. ¿Sabéis lo que es ver unos 7 metros de ancho de montaña por unos 3 metros de alto caídos a tus pies? Pus eso fue lo que encontramos. Rocas y barro en dimensiones impresionantes. Y mucha gente intentando sacarlas del camino y mirando al cielo al mismo tiempo, controlando que no siguiera cayendo más montaña y nos matara a todos.
Al rato, pudimos comenzar a movernos. “Sólo coches pequeños”, era la premisa. Los minibuses, camiones y demás seguirían allí bloqueados.
Cruzando los dedos y bajándonos a empujar conseguimos pasar. Ya era de noche. Con suerte dormiríamos en Manali esa noche.
Y así lo hicimos. A las 22.00 entrábamos en Manali. Agotados, extenuados, pero en nuestro destino tras más de 40 horas de viaje.
Al día siguiente, día 8 continuaría hacia Delhi, dejando atrás 10 días de aventuras y desventuras y mucha energía positiva con Dídac.
Pero esa es otra historia, porque ahora mismo son las 10.30 de la mañana del día 9 y todavía no he llegado a Delhi....
No sé si viajando en burro lo podría hacer más rápido. Probablemente no en India.

De vuelta del trekking más salvaje: Markha Valley


Esta mañana me he despertado de nuevo en Leh. Parece que siempre que llego aquí estoy extenuada , pero en esta ocasión no ha sido debido a un infernal viaje en minibús por parajes desolados en los que no hay carreteras, sino caminos o estepas; donde te encuentras glaciares deshaciéndose en cascadas por las que, inevitablemente tienes que pasar para poder continuar adelante. Por su puesto, dormir es una ilusión que se acaba cuando tu cabeza toca el techo tras uno de los incesantes botes que das debido a la falta de asfalto.
Las vistas, maravillosas. Montañas desérticas y un cielo azul intenso que contrasta con el color anaranjado, a veces, rosa o marrón, dependiendo del tipo de piedra que compone las montañas.
En resumen, así fueron las más de 20 horas desde Manali a Leh, por una de las rutas más peligrosas del mundo.
Como os decía, agotada y con agujetas en los gemelos, pero con muchísima energía me he levantado esta mañana después de pasar 4 días en Makha Valley: un valle en Ladak, la zona más al norte de la India. Como somos unos valientes y no teníamos ganas de pagar las 5.000 rupias que nos pedían por hacer un treking, decidimos hacerlo por nuestra cuenta. Así, escogimos uno que te permite dormir en Home Stays o lo que es lo mismo, las casas de los aldeanos, donde además de alojamiento te dan la cena, el desayuno y un pack lunch para comer en el camino durante el día siguiente.
La ruta fue desde Chilling (a unos 3.500 metros) hasta Sham Sungdo (subiendo hasta 5.100) y en principio era perfecta para hacer en 5 días. Pero empezamos con tanta energía como poco sentido común. Y eso sí, mucha pero que mucha ilusión.
El primer día nos lo tomamos con calma. Cogimos el bus local a las 9 de la mañana y sobre las 11 estábamos en Lamaguru (que no Lamayuru, Eli esta va por tí, no nos dio tiempo a ir y en ese trek se necesitaba guía). Lamaguru en sí mismo no es nada. Nada de nada. Tanto Dídac como yo pensábamos que era una aldea, una casa, un restaurante... no sé, algo. Más que nada porque ya que te molestas en darle nombre y en poner una parada de bus allí... El caso es que bajamos y allí lo único que había era una pequeña -muy muy muy pequeña,vamos que yo ni siquiera la vi- estupa tibetana (pequeño templo budista) y una especie de puente. Aquí lo tenéis;



Vamos que el puente era una cuerda, una polea y una caja grande como de fruta. Allí nos subimos para pasar al otro lado, donde nos esperaba nuestro camino hacia la primera aldea. De repente nos dimos cuenta de que nuestro trekking había comenzado. Estábamos rodeados de montañas desérticas y buscábamos desesperadamente un camino que poder seguir. Las cagadas de los burros y caballos nos ayudaron a encontrarlo.



Tras un par de horas cuesta arriba siguiendo un río e intentando no perder el rastro encontrado, llegamos a Skyu. Y nos dimos cuenta de que realmente lo que íbamos a encontrar era aldeas muy, pero que muy pequeñas. Paramos a comer en la casa-restaurante de un señor con más años que la historia y las manos más negras de la historia. Señor que, al mismo tiempo, estaba en el libro sobre el valle que habíamos comprado en Leh. Por supuesto le enseñamos su foto impresa en el libro. Sonrió y siguió labrando una cuchara de bronce. Trabajo que debe llevar haciendo los últimos 200 años.



Esa noche una mujer eslovena un poco loca y muy cabreada con el grupo con el que había comenzado su trekking, organizado por agencia, decidió unirse a nosotros y abandonar a los insoportables compañeros de viaje que tenía y se vino a dormir a la home stay donde estábamos nosotros. La priemra experiencia en home stay fue genial. A las 19.30 nos dieron la cena en su comedor, con ellos y algunos guías de otros grupos. El ambiente era súper agradable. Estabas en su casa, comiendo su comida y sintiéndote parte del valle y del modo de vida de sus habitantes, además de estar ayudándoles a obtener unos ingresos extra muy útiles para el invierno.
En cualquier momento del año, la única forma de llegar a esta zona del valle es caminando o a caballo. Pero en invierno, la temperatura baja hasta unos menos 20 grados y las carreteras que comunican las principales aldeas con Leh quedan cortadas por la nieve. En total, el contacto con el resto del mundo se reduce a unos 2ó 3 meses al año, dependiendo de lo duro y largo que sea el invierno. Igualmente, en julio, por la noche, necesitas más de una manta y ropa de abrigo: guantes, bufanda, doble pantalón... vamos como en Madrid en pleno enero.

Ese primer día, como tuvimos tiempo de descanso nos dedicamos a organizar el resto del trek y con tanto sentido común como conocimiento del valle -nulo por completo- pensamos en hacerlo en 3 días, en vez de 5 y así poder ir a Pandong lake a la vuelta.
Y al día siguiente nos pusimos a ello.

30 kilómetros después, diez de ellos de pesadilla, nos dimos cuenta de que nuestra aspiración a ser los montañeros más rápidos del valle quizás debía quedar relegada a otro momento en que conocimiento, sentido común e ilusión fueran de la mano.
Puede que para algunos, 30 kilómetros en un día no sean demasiados, pero juro que para Dídac y para mí fueron la muerte.
Empezamos el día con la energía que da el saber que puedes dejar atrás a un grupo de 65 adolescentes de Singapur que, junto con los 10 profesores que les acompañaban, habían decidido hacer exactamente la misma ruta que nosotros en los mismos días, con la diferencia de que ellos acampaban.
Les pasamos a toda leche y así continuamos las 3 primeras horas. Luego el ritmo fue bajando y al mediodía mis fuerzas habían casi desaparecido. Paramos a comer, y con ayuda de unos electrolitos me fui recuperando. Igualmente, cuando llegamos a Marka -lugar donde deberíamos haber hecho noche si lo hubiéramos hecho en 5 días- nos derrumbamos en los bancos de la home stay.
Habíamos hecho 20 kilómetros y aún nos quedaban 10 más. A todo esto, la eslovena parecía sacada del ejército y no sólo había llegado más de media hora antes sino que ya estaba dispuesta a continuar hasta Hankar -último destino del día- al mismo ritmo. En nuestro favor he d decir que no hicimos demasiado bien las mochilas y pesaban bastante más de lo que deberían.
Al final llegamos justo antes de que anocheciera, extenuados, pero felices de haber logrado el reto. Mañana Sham Sungdo, pensamos.

Todavía entonces el sentido común no nos había visitado. 


Nimaling, Linaling, Manali... ¿Dónde era que teníamos que llegar?
Sabíamos que el día iba a ser duro porque había tramos con bastante subida... pero no tanto.
¿Qué nos pasó? Que nos perdimos.
Para mí el concepto de perderme suele ir acompañado de la búsqueda de otro camino. Pero ¿qué pasa cuando lo que te rodea son sólo montañas y que cuando llegas a la cima ves de nuevo, sólo montañas?
Esto es lo que nos pasó. Tras subir la ladera de una montaña con nieve, mientras empezaban a caer pequeños copos de más nieve, vimos que enfrente sólo teníamos más montañas. ¿y qué hicimos? Las subimos. Primero una, luego otra, luego otra... así unas 3 ó 4 horas, convencidos de que veríamos el camino que nos llevaría a Nimaling. 

Dídac y yo íbamos con tranquilidad detrás de Vicky (un chico de Bangalore que se unió al grupito de 3 a partir del segundo día) y Dada (la eslovena, que no eslovaca...)
Así que cuando vimos humo en el horizonte y nos hacercamos a preguntas por el camino correcto, a Dada y Vivky ya les había dado tiempo de ir unos 2 kilometros más adelante y ver que no había camino alguno. Que lo único que se veía eran montañas, montañas y más montañas. Maravillosas. Eso ni dudarlo. Pero cuando te has perdido en esa inmensidad, lo que quieres es que las montañas se aplanen y por favor, por favor, por favor, aparezca un camino que podamos seguir. Y que aparezca ya! ¡¡Que en 3 horas se hará de noche!! ¡¡¡¡Y aquí hace un frío que pela!!!

Volviendo al humo: punto de reencuentro del mini grupo de 4 trekkers perdidos en las montañas indias. Allí vimos a unas señoras más viejas que la historia (de nuevo) y encantadoras, que estaban secando grasa de (no sé muy bien de qué) ¿quizás cabra? De algo, no sé, al lado de un fuego hecho con boñigas de vaca.


Muy amables, nos indicaron cómo seguir. Una de ellas, así, como si fuera hacia una esquina de una calle de Barcelona para decirte que continúes por esa calle a la derecha, subió la ladera de la montaña -que a nosostros nos dejaba sin aliento y a esta mujer-más-vieja-que-la-historia no-para indicarnos que siguiéramos todo recto atravesando de nuevo laderas, cimas y demás componentes habituales de una montaña.
No lo veíamos muy claro, pero nos pusimos a caminar de nuevo en es dirección. Tampoco teníamos mucha alternativa.

Atravesamos la cordillera, vimos vacas -esperábamos que tuvieran dueño, pero allí no había ni un alma- y tras un par de horas más nos desesperamos. Y de repente, cuando quedaba ya muy poquito para tirar la toalla y deshacer el camino hecho en busca del camino de vuelta a Hankar (punto de partida de ese día), en el momento en que Dada suplicaba que por favor apareciera alguien para poderle preguntar, apareció el camino y con él, un grupo de burros y sus dueños, que venían en dirección contraria a la nuestra. ¡Casi les damos un beso!

El camino era EL CAMINO. Y como si siguiéramos una luz divina reanudamos la marcha emocionados de saber que esa noche no moriríamos congelados en las montañas indias.

En realidad Nimaling no es una aldea sino 6 tiendas de campaña, una de las cuales hace las veces de restaurante.
Pero nos daba igual. Era nuestra destino, estábamos extenuados y teníamos hambre. Un restaurante (aunque sea en una tienda) y una tienda a modo de dormitorio eran el paraíso.
Estábamos a unos 4.500 metros de altitud.

Al fin, el sentido común nos había visitado en forma de realidad: ni de broma nos daba tiempo ni teníamos fuerzas para llegar a Sham Sungdo ese día. Haríamos el trekking en 4 días.

Hasta Sham Sungdo
En lugares como Nimaling, el día se acaba con la luz del sol. Así que sobre las 8 de la tarde nos fuimos a dormir. Estábamos ya a menos-algo grados así que el pijama consistió en la ropa que llevábamos puesta por tercer día consecutivo, los guantes, la bufanda, el gorro, el abrigo y dos súper mantas de montaña. Así equipada me fui a dormir. Y como os imaginaréis, no me pude mover de posición en toda la noche. Pero no pasé frío, eso os lo puedo asegurar.

Cuando me levanté por la mañana, alrededor de las 6 de la mañana ¡¡¡había nieve dentro de la tienda!!! ¡¡Estaba nevando!!
Súper emocionada salí fuera. Como una loca cogí la cámara de Dada -yo me había quedado sin batería- y me puse a hacer fotos sin parar. A los burricos que sufrían el frío con tranquilidad, al paisaje, a las montañas, a las tiendas, a la gente, a mí misma...
Y no tengo palabras, así que os lo muestro en imágenes.

Ese día empezamos el trekking pisando nieve. Era el último día y nos tocaba pasar el punto más alto. Después e eso era ya todo casi cuesta abajo. Unas 4 horas bajando tras unas dos horas de subida.
Al final la subida la hicimos con salero en 1hora y cuarto. Y empezamos la bajada. Primero por el camino y luego a la brava dejándonos deslizar por las piedras y el barro. Necesitábamos bajar pronto porque Vicky llevaba con dolor de cabeza desde la noche anterior y ahora empezaba a tener náuseas. Los dos son síntomas del mal de altura y cuando los notas tienes que estar muy atento y descender con mucha rapidez si continúan. Así que comenzamos la bajada en plan salvaje. En el camino nos alcanzaron dos locales con caballos que nos fueron diciendo el camino. Seguimos su ritmo hasta que paramos a comer. Os juro que para entonces estaba agotada. Los locales ya están hechos al terreno, al camino, a todo. Y seguir su ritmo no es fácil. Igualmente preferíamos eso a volvernos a perder.
Ya habíamos hecho lo más duro. Y desde el momento en que paramos a comer hasta el final del trek fueron solo unas 3 horas más, a un ritmo mucho más tranquilo.

Para cuando llegamos a Shang Sumdo ya habíamos quedado con una chica americana que hacía el trekking con otro grupo que volveríamos esa noche a Leh con ellos en un coche que les estaba esperando. Cuando ya estábamos todos súper bien puestos en la parte de atrás de una ranchera, el conductor la intentó encender y no hubo forma. Después de un rato de intentarlo una y otra vez no hubo forma.
¿Cuál era el problema? No suficiente carburante. Vamos, que le faltaba gasolina. Al modo indio se pusieron a mover el coche de un lado a otro para ver si reconocía algo más de gasolina. Pero es que de donde no hay, no se puede sacar. Increíble pero cierto. Resulta que un coche que viene a buscarte en medio de la nada, al único pueblo al que se puede acceder con coche tras 5 días de caminar entre aldeas ¡¡¡y al conductor no se le ocurre llenar el depósito de gasolina!!!

Pues le tocó salir corriendo a buscar más. El tema era que había 10 kilómetros y ningún medio de transporte entre el lugar donde estábamos y la siguiente gasolinera. Así que allá se fue caminando rápido.

Mientras, nosotros nos buscamos la vida y también nos fuimos a caminar. Pero no en busca de gasolina, sino de cobertura para el móvil. Una hora después la encontramos y Vicky llamó a una amigo suyo que vino con su coche a buscarnos unas dos horas más tarde.
Al fin pudimos dormir en Leh esa noche y pegarnos una ducha, tras 4 días sudando y sin tocar el agua.

martes, 13 de julio de 2010

Adi'os goa, Hola Gokarna

28/06/2010
Beaches y más Beaches in Gokarna  paradise y un brasileño afincado en Australia para compartirlas
Siento ir tan retrasada escribiendo. Una de las razones es que en el sur hacía tanto calor que el ordenador se calentaba de tal manera que me daba miedo que llegara a fundirse. Ridículo, probablemente, pero cierto. Y la segunda, compresible, es que me daba una pereza encender el ordenador de muerte.
Casi todos habéis visto las fotos que he colgado en facebook así que ya os sabéis algunas historias. De modo que os hago un resumen rápido de lo que hice desde Goa hasta la fecha y paso a relataros mi experiencia en el norte de India.
En Goa, un día en una tienda donde estaba conectada a internet llegó un chico que parecía un indio inglés -es decir, vestía ropa wster-western pero tenía pinta de indio- muy estresado por conectarese a Skype -en algunos lugares en India no hay forma de encontrar Skype-. Yo estaba en el único ordenador con skype así que se lo cedí. Salimos de la tienda los dos juntos al acabar y fuimos caminando hacia la playa por la única carretera que hay para llegar y empezamos a hablar. Estábamos en Benaulim, una playa preciosa que se llenaba de turistas indios y otros locales al caer el sol. Hablando y caminando nos fuimos a comer a la playa. Y seguimos hablando y hablando y hablando y hablando... y resultó que había muchísimas coincidencias entre los dos como el día de nacimiento, por ejemplo o que habíamos estudiado periodismo/comunicación y queríamos hacer un giro a nuestra vida y dirigirnos hacia la rama de salud... Tantas coincidencias nos llevaron a continuar juntos el viaje. Y de Goa nos fuimos a Gokarna, a dos horas de tren.

Allí el atardecer más maravilloso de mi vida nos recibió al llegar. Concretamente en Kudle Beach, una pequeña cala donde pudimos bañarnos completamente solos en más de una ocasión y donde decidimos quedarnos los 4 días que pasamos en Gokarna. Ah! Y¡¡¡ donde pude bañarme de nuevo en bikini, gran acontecimiento en India fuera de Goa!!!
Como era fuera de temporada -mayo- casi todas las guest houses estaban cerradas y solo había dos restaurantes en la playa abiertos.

Una mañana decidimos ir a visitar las playas más cercanas: Om Beach, Half Moon Beach y Paradise Beach a pie. Así que después de desayunar nos fuimos en busca del camino que se suponía fácil de encontrar hasta Om Beach. Mi gran capacidad de pérdida y nula orientación ayudó a que nos perdiéramos en varias ocasiones antes de descubrir que el camino consistía en una especie de estepa rocosa con pinchos en el suelo que se te clavaban en la carne de los pies que quedaba al descubierto de las sandalias. Claro que a ninguno nos apetecía pasar por allí y lo estábamos evitando a toda costa auto-convenciéndonos de que ese no podía ser el camino-no-camino. Pero no hubo forma, cuando nos rendimos a la evidencia ya llevábamos más de media hora elucubrando a cerca de las posibilidades bajo un sol que se hacía cada vez más duro de soportar. Hablamos de 40 grados en los días frescos. Por esto que no sea temporada en mayo..
Al final llegamos a Om Beach y como era fin de semana estaba lleno de indios, la mayoría bussines men y jóvenes “súperchachis rollo technotron con los cuellos de las camisas levantados y mega gafas de sol”de Bangalore. Allí mi intención de darme un baño en bikini se redujo a “ni de broma me quedo medio en bolas delante de estos degenerados de la gran ciudad que vienen a desfasarse a Gokarna” así que decidimos probar suerte en otra de las playas. Y con la cabeza llena de maravillosas imágenes sobre lo que auguraba Paradise Beach continuamos caminando.
Si en un primer momento el camino a Om Beach nos había parecido indescifrable, el de Paradise no lo era menos. Preguntamos y a modo indio nos indicaron la dirección. Esto quiere decir que un tipo levantó la mano así como recta y la movió arriba y abajo, lo que intuímos que significaba que continuáramos recto. Como no teníamos a nadie más a quien preguntar para confirmar la información y la playa simplemente se terminaba ahí, le hicimos caso. Vamos, que no teníamos más alternativa. Y así, aparecimos a la puerta de una casa, porque eso de continuar recto no era tan fácil. Por lo meno, la mujer de la casa acabó de informarnos que era recto, pero rodeando su casa, no entrando hasta la cocina...
Y desde ese momento nos adentramos en u bosquecito y nos adentramos más, y más y más y más... y “joder, ¿pero estás seguro de que este es el camino? -en inglés, claro- “mmmmmm, bueno, el mar suena a nuestra izquierda, deberíamos encntrar la playa en algún momento, no crees? Ya llevamos más de una hora caminando” “mmmm, sí bueno, a lo mejor”.

Y de repente el camino se acabó y en vez de una paradisiaca playa aparecieron un conjunto de grandes rocas contra las que el mar chocaba sin cesar. Y junto con las rocas, un saddhu -hombre dedicado exclusivamente a la vida espiritual, hecho que le lleva a vestir ropas raras, ir con el torso al aire y tener la cara pintada de diversos divinos colores- a quien preuntamos si ése era el camino, a través de las roas. “Sí, sí, continuar recto”. Recto quería decir saltando de roca en roca. Nos miramos y como no pensábamos volver sin haber visto la paradisiaca playa prometida, nos aventuramos a saltar de roca en roca. Tras más de media hora llegamos a Half Moon Beach, o lo que sería lo mismo, dos metros de maravillosa arena entre dos grandes rocas con una casita con locales resguardándole las espaldas. Y preguntamos de nuevo. Y recibimos la misma respuesta del brazo en alto. Y continuamos. Y llegamos a la supuesta paradisiaca playa... llena de los anteriormente descritos  jóvenes “súperchachis rollo technotron con los cuellos de las camisas levantados y mega gafas de sol”de Bangalore, que habían sido más listos que nosotros y habían hecho el trayecto desde Om Beach en barca y llevaban bañándose las 3 horas que nos había costado a nosotros a nosotros llegar. Eso sí, el minitrek había sido muy mono y la experiencia entre las rocas, como mínimo, interesante.

Ya era hora de comer y nos moríamos de hambre, pero tras tan largo recorrido no podíamos no bañarnos, así que Heitor se metió en el agua y yo metí los pies... Tanto bangalorí no me animaba lo más mínimo a meterme en el agua medio desnuda. Así que me quedé mirando a Heitor hasta que nos fuimos a comer al único restaurante abierto. No era temporada.

La vuelta la hicimos en barca hasta Om Beach. Y allí se me ocurrió preguntar a un hombrecillo de gran barriga -bussiness man from Bangalore, of course- si el bus que tenía a su espalda era público.

“No, no es privado, lo he alquilado con uns amigos, pero somo 9 y hay sitio para 11. Dónde vais. A Gokarna city? Pues ala, os invitamos al trayecto. ¡Venid con nosotros! Qué es tú novia? No, mi mujer (tengo que añadir que en India he estado casada tantas veces como compañeros de viaje chicos he tenido. Es la forma de que me respeten más y el tema tocamientos se reduzca al mínimo posible). Muy bien, muy bien. A todo esto nos había dado la mano y dicho su nombre unas 4 vecs en 5 minutos. Muy amable, pensamos los dos. Pero que muy amable... Y nos metimos en el minibus. Una vez dentro nos presentó al resto de bussiness men. Una vez, dos veces, tres veces... Que sí, que sí que ya les conocemos. Y repetíamos Nice to meet you al tiempo que nos los volvía a presentar. Ahí, la perspicacia entró en juego y nos dimos cuenta que llevaba una taja el hombrecillo de gran barriga que ni él mismo se la creía. Y sus amigos, tajas también, pero menos, le recordaban cada 10 minutos que ya nos había presentado.
Y el trayecto comenzó y con él el espectáculo. El minibus tenía tele y en la tele habían puesto una grabación de vídeos de canciones de las pelis de bolliwood con las coreografías... pues sí, tendríais que ver al hombrecillo de gran barriga en medio del pasillo del minibus de 11 plazas bailando Bolliwwod manos arriba, manos abajo, cabeza a un lado, cabeza al otro, barriga arriba (para ajustarla al espacio libre disponible), hombros salerosos adelante y atrás al ritmo de la canción...
“Bailad, bailad conmigo!”, propuesta dirigida directamente a mí con ojillos golosos por la idea que tenía en la cabeza y colorados por el alcohol.
“gracias, gracias, pero no sé bailar bolliwood. Estoy bien aquí”, le decía yo desde mi asiento en la ventana y no paraba de reírme por lo divertido de la situación.
“Prueba este licor, que es muy bueno” le decían a Heitor. “Ella no, pero tú puedes probarlo, es local, muy rico”. “Jajajaja, no gracias, no bebo alcohol, pero gracias, gracias” decía Heitor una y otra vez. Porque igual que se presentó 300 veces, nos repetía las mismas frases el mismo número de veces.
Y es que tengo que aclarar que e alcohol es cosa de hombres de india, no de mujeres. Tanto es así que en Mysore, un día cuando acompañaba a Óscar y Juan a tomer una cerveza en un bar, el guarda de la puerta me negó el paso. Imaginaros mi indignada reacción. La razón, era una bar donde los hombres, sólo los hombres, se emborrachaban  a costa del sueldo familiar. Y claro, ahí una mujer no era bienvenida. No es que me apeteciera compartir espacio con semejantes especímenes, pero que no tuviera elección me puso de un ánimo que no veas. Aún así, tanto Óscar como Juan se compraron la cerveza, cosa que me pareció fatal. Es cierto que no es fácil encontrar cerveza en algunos sitios en India, pero apoyar a la causa anti mujeres... mu pero que mu mal!

Pues así, entre canciones y gritos y licor local llegamos a Gokarna, donde nos despedimos de la tropa de bussines men from Bangalore y nos volvimos a la tranquila Kudle Beach a darnos el último baño del día, primero para mí.

De Gokarna a Varanassi de una tirada
Como lo oís. No sé cuantos kilómetros hay pero seguro que unos 2.000. Que cómo lo hicimos? En tren. Cuándo compramos los billetes? Un día antes. Cómo encontramos plaza? No encontramos.
Así que compramos la general, en la que nunca dejan de vender billetes. Sí, como lo oís. Gran experiencia ganadera porque íbamos como cerdos al matadero. Heitor, que mide más de 1,90 podía respirar por encima de las cabeza a la altura de 1,70 de los indios, pero yo... ni os cuento la cariedad de olores que detecté e identifiqué o no, en ese trayecto. En principio teníamos que pasar la noche en ese tren, así que buscamos la forma de hacerlo más llevadero. Estaba claro que el número de gente no iba a ser menos del que era ahora, así que decidimos intentar subir a la balda de los equipajes y acoplarnos de alguna manera ahí para dormir aunque fuera un poco. Así que bajo la atenta mirada de los indios e indias que nos rodeaban nos encaramamos a la balda. En este caso mi altura me ayudó a encontrar un hueco más o menos cómodo, pero Heitor tuvo que hacerse casi un nudo con las piernas para poder medio sentarse-tumbarse-estirarse. Tras dos horas en semejantes condiciones, intentando acoplarnos el uno al otro yo decidí que en la siguiente estación me bajaba y me iba a buscarme la vida al sleeper class -compartimentos en los que viajo normalmente y donde encuentras camas bastante cómodas-. La idea era ocupar una cama vacía hasta que llegara su propietario y entonces cambiar a otra cama hasta que se llegara su propietario y así toda la noche. Dependiendo de la suerte que tuviera podría dormir más o menos. Así que así lo hice. Y la suerte me sonrió de lado a lado porque me subí a una cama y nadie vino a reclamarla en toda la noche, ni siquiera el revisor apareció a pedirme el billete. Así que Heitor pasó la noche en la balda de los equipajes -ni tan mal- y yo en una cómoda cama de tren que nuca pagué. Estupendo, no?

El trayecto era hasta Mumbay, donde pasaríamos todo el día y por la noche cogeríamos otro tren -no teníamos billete así que nos esperaba la posibilidad de no tener plaza- hasta Varanassi, unas 30 horas más de tren. Esto significaba pasar otra noche más en el tren, un día entero y otra noche más hasta llegar a primera hora de la mañana a nuestro destino. Sin plaza podía ser muy duro... Pero lo intentamos y ¡lo logramos! Teníamos dos sleeper class, upper bed (the best, porque al ser la cama de arriba nadie te molesta). Nos agotamos en Mumbay caminando de arriba a abajo, de un lado a otro y preparando el trayecto con libros y comida y nos preparamos para lo peor. Al final no fue tan malo, la verdad. En el tren, como no tienes nada que hacer, duermes mucho, a horas muy extrañas. Y, curiosamente, te preparas inconscientemente para estar tantas horas dentro de un tren que al final no se te hace tan duro.
Y si algo funciona en India es el transporte ferroviario (y correos). Como los indios no perdonan una buena comida ni en el tren, constantemente pasan los trabajadores del otros personajes ofreciéndote todo tipo de comida elaborada. Nada de bocatas chungos. Aquí puedes comer un veg biriany (arroz con verduras especiado), pakoras, samosas, helados, cacahuetes, agua, lassis en tetrabrick o botellas de cristal, bananas... Vamos, que hambre no pasas. Y los indios a su vez se traen los tuppers con comida para toda la familia. Y no os penséis que comerán sandwiches, Ni mucho menos, se traen lo para nosotros sería el estofado de garbanzos con patas y ternera, una barra de pan (chapatis en este caso) y postre. Que ya os digo que no perdonan una buena comida ni en un tren de 30 horas.

Y así llegamos a Varanassi.
El calor era durillo de llevar, pero la ciudad me conquistó desde el primer momento.

Varanassi, Light in the dark, dark in the light

O lo que traducido sería “Luz en la oscuridad, oscuridad en la luz”
¿Por qué? Os explico.
Varanassi es conocida como la ciudad donde la gente va a morir. Una ciudad llena de muerte, pensaba yo, debe ser bastante lúgubre, oscura y triste. Pero Varanassi, tal y como yo la he vivido está llena de luz.
El concepto de la muerte en India es diferente al europeo. India es, ante todo, contraste de colores y Varanassi no lo es menos.

Pero creo que Varanasi hay que vivirla. Y hacerlo con calma, para acostumbrarse al acoso de los cazaclientes y de nuevos, al caos de las calles principales. Pero sin duda es un must en un viaje a India.