Esta mañana me he despertado de nuevo en Leh. Parece que siempre que llego aquí estoy extenuada , pero en esta ocasión no ha sido debido a un infernal viaje en minibús por parajes desolados en los que no hay carreteras, sino caminos o estepas; donde te encuentras glaciares deshaciéndose en cascadas por las que, inevitablemente tienes que pasar para poder continuar adelante. Por su puesto, dormir es una ilusión que se acaba cuando tu cabeza toca el techo tras uno de los incesantes botes que das debido a la falta de asfalto.
Las vistas, maravillosas. Montañas desérticas y un cielo azul intenso que contrasta con el color anaranjado, a veces, rosa o marrón, dependiendo del tipo de piedra que compone las montañas.
En resumen, así fueron las más de 20 horas desde Manali a Leh, por una de las rutas más peligrosas del mundo.
Como os decía, agotada y con agujetas en los gemelos, pero con muchísima energía me he levantado esta mañana después de pasar 4 días en Makha Valley: un valle en Ladak, la zona más al norte de la India. Como somos unos valientes y no teníamos ganas de pagar las 5.000 rupias que nos pedían por hacer un treking, decidimos hacerlo por nuestra cuenta. Así, escogimos uno que te permite dormir en Home Stays o lo que es lo mismo, las casas de los aldeanos, donde además de alojamiento te dan la cena, el desayuno y un pack lunch para comer en el camino durante el día siguiente.
La ruta fue desde Chilling (a unos 3.500 metros) hasta Sham Sungdo (subiendo hasta 5.100) y en principio era perfecta para hacer en 5 días. Pero empezamos con tanta energía como poco sentido común. Y eso sí, mucha pero que mucha ilusión.
El primer día nos lo tomamos con calma. Cogimos el bus local a las 9 de la mañana y sobre las 11 estábamos en Lamaguru (que no Lamayuru, Eli esta va por tí, no nos dio tiempo a ir y en ese trek se necesitaba guía). Lamaguru en sí mismo no es nada. Nada de nada. Tanto Dídac como yo pensábamos que era una aldea, una casa, un restaurante... no sé, algo. Más que nada porque ya que te molestas en darle nombre y en poner una parada de bus allí... El caso es que bajamos y allí lo único que había era una pequeña -muy muy muy pequeña,vamos que yo ni siquiera la vi- estupa tibetana (pequeño templo budista) y una especie de puente. Aquí lo tenéis;
Vamos que el puente era una cuerda, una polea y una caja grande como de fruta. Allí nos subimos para pasar al otro lado, donde nos esperaba nuestro camino hacia la primera aldea. De repente nos dimos cuenta de que nuestro trekking había comenzado. Estábamos rodeados de montañas desérticas y buscábamos desesperadamente un camino que poder seguir. Las cagadas de los burros y caballos nos ayudaron a encontrarlo.
Tras un par de horas cuesta arriba siguiendo un río e intentando no perder el rastro encontrado, llegamos a Skyu. Y nos dimos cuenta de que realmente lo que íbamos a encontrar era aldeas muy, pero que muy pequeñas. Paramos a comer en la casa-restaurante de un señor con más años que la historia y las manos más negras de la historia. Señor que, al mismo tiempo, estaba en el libro sobre el valle que habíamos comprado en Leh. Por supuesto le enseñamos su foto impresa en el libro. Sonrió y siguió labrando una cuchara de bronce. Trabajo que debe llevar haciendo los últimos 200 años.
Esa noche una mujer eslovena un poco loca y muy cabreada con el grupo con el que había comenzado su trekking, organizado por agencia, decidió unirse a nosotros y abandonar a los insoportables compañeros de viaje que tenía y se vino a dormir a la home stay donde estábamos nosotros. La priemra experiencia en home stay fue genial. A las 19.30 nos dieron la cena en su comedor, con ellos y algunos guías de otros grupos. El ambiente era súper agradable. Estabas en su casa, comiendo su comida y sintiéndote parte del valle y del modo de vida de sus habitantes, además de estar ayudándoles a obtener unos ingresos extra muy útiles para el invierno.
En cualquier momento del año, la única forma de llegar a esta zona del valle es caminando o a caballo. Pero en invierno, la temperatura baja hasta unos menos 20 grados y las carreteras que comunican las principales aldeas con Leh quedan cortadas por la nieve. En total, el contacto con el resto del mundo se reduce a unos 2ó 3 meses al año, dependiendo de lo duro y largo que sea el invierno. Igualmente, en julio, por la noche, necesitas más de una manta y ropa de abrigo: guantes, bufanda, doble pantalón... vamos como en Madrid en pleno enero.
Ese primer día, como tuvimos tiempo de descanso nos dedicamos a organizar el resto del trek y con tanto sentido común como conocimiento del valle -nulo por completo- pensamos en hacerlo en 3 días, en vez de 5 y así poder ir a Pandong lake a la vuelta.
Y al día siguiente nos pusimos a ello.
30 kilómetros después, diez de ellos de pesadilla, nos dimos cuenta de que nuestra aspiración a ser los montañeros más rápidos del valle quizás debía quedar relegada a otro momento en que conocimiento, sentido común e ilusión fueran de la mano.
Puede que para algunos, 30 kilómetros en un día no sean demasiados, pero juro que para Dídac y para mí fueron la muerte.
Empezamos el día con la energía que da el saber que puedes dejar atrás a un grupo de 65 adolescentes de Singapur que, junto con los 10 profesores que les acompañaban, habían decidido hacer exactamente la misma ruta que nosotros en los mismos días, con la diferencia de que ellos acampaban.
Les pasamos a toda leche y así continuamos las 3 primeras horas. Luego el ritmo fue bajando y al mediodía mis fuerzas habían casi desaparecido. Paramos a comer, y con ayuda de unos electrolitos me fui recuperando. Igualmente, cuando llegamos a Marka -lugar donde deberíamos haber hecho noche si lo hubiéramos hecho en 5 días- nos derrumbamos en los bancos de la home stay.
Habíamos hecho 20 kilómetros y aún nos quedaban 10 más. A todo esto, la eslovena parecía sacada del ejército y no sólo había llegado más de media hora antes sino que ya estaba dispuesta a continuar hasta Hankar -último destino del día- al mismo ritmo. En nuestro favor he d decir que no hicimos demasiado bien las mochilas y pesaban bastante más de lo que deberían.
Al final llegamos justo antes de que anocheciera, extenuados, pero felices de haber logrado el reto. Mañana Sham Sungdo, pensamos.
Todavía entonces el sentido común no nos había visitado.
Nimaling, Linaling, Manali... ¿Dónde era que teníamos que llegar?
Sabíamos que el día iba a ser duro porque había tramos con bastante subida... pero no tanto.
¿Qué nos pasó? Que nos perdimos.
Para mí el concepto de perderme suele ir acompañado de la búsqueda de otro camino. Pero ¿qué pasa cuando lo que te rodea son sólo montañas y que cuando llegas a la cima ves de nuevo, sólo montañas?
Esto es lo que nos pasó. Tras subir la ladera de una montaña con nieve, mientras empezaban a caer pequeños copos de más nieve, vimos que enfrente sólo teníamos más montañas. ¿y qué hicimos? Las subimos. Primero una, luego otra, luego otra... así unas 3 ó 4 horas, convencidos de que veríamos el camino que nos llevaría a Nimaling.
Dídac y yo íbamos con tranquilidad detrás de Vicky (un chico de Bangalore que se unió al grupito de 3 a partir del segundo día) y Dada (la eslovena, que no eslovaca...)
Así que cuando vimos humo en el horizonte y nos hacercamos a preguntas por el camino correcto, a Dada y Vivky ya les había dado tiempo de ir unos 2 kilometros más adelante y ver que no había camino alguno. Que lo único que se veía eran montañas, montañas y más montañas. Maravillosas. Eso ni dudarlo. Pero cuando te has perdido en esa inmensidad, lo que quieres es que las montañas se aplanen y por favor, por favor, por favor, aparezca un camino que podamos seguir. Y que aparezca ya! ¡¡Que en 3 horas se hará de noche!! ¡¡¡¡Y aquí hace un frío que pela!!!
Volviendo al humo: punto de reencuentro del mini grupo de 4 trekkers perdidos en las montañas indias. Allí vimos a unas señoras más viejas que la historia (de nuevo) y encantadoras, que estaban secando grasa de (no sé muy bien de qué) ¿quizás cabra? De algo, no sé, al lado de un fuego hecho con boñigas de vaca.
Muy amables, nos indicaron cómo seguir. Una de ellas, así, como si fuera hacia una esquina de una calle de Barcelona para decirte que continúes por esa calle a la derecha, subió la ladera de la montaña -que a nosostros nos dejaba sin aliento y a esta mujer-más-vieja-que-la-historia no-para indicarnos que siguiéramos todo recto atravesando de nuevo laderas, cimas y demás componentes habituales de una montaña.
No lo veíamos muy claro, pero nos pusimos a caminar de nuevo en es dirección. Tampoco teníamos mucha alternativa.
Atravesamos la cordillera, vimos vacas -esperábamos que tuvieran dueño, pero allí no había ni un alma- y tras un par de horas más nos desesperamos. Y de repente, cuando quedaba ya muy poquito para tirar la toalla y deshacer el camino hecho en busca del camino de vuelta a Hankar (punto de partida de ese día), en el momento en que Dada suplicaba que por favor apareciera alguien para poderle preguntar, apareció el camino y con él, un grupo de burros y sus dueños, que venían en dirección contraria a la nuestra. ¡Casi les damos un beso!
El camino era EL CAMINO. Y como si siguiéramos una luz divina reanudamos la marcha emocionados de saber que esa noche no moriríamos congelados en las montañas indias.
En realidad Nimaling no es una aldea sino 6 tiendas de campaña, una de las cuales hace las veces de restaurante.
Pero nos daba igual. Era nuestra destino, estábamos extenuados y teníamos hambre. Un restaurante (aunque sea en una tienda) y una tienda a modo de dormitorio eran el paraíso.
Estábamos a unos 4.500 metros de altitud.
Al fin, el sentido común nos había visitado en forma de realidad: ni de broma nos daba tiempo ni teníamos fuerzas para llegar a Sham Sungdo ese día. Haríamos el trekking en 4 días.
Hasta Sham Sungdo
En lugares como Nimaling, el día se acaba con la luz del sol. Así que sobre las 8 de la tarde nos fuimos a dormir. Estábamos ya a menos-algo grados así que el pijama consistió en la ropa que llevábamos puesta por tercer día consecutivo, los guantes, la bufanda, el gorro, el abrigo y dos súper mantas de montaña. Así equipada me fui a dormir. Y como os imaginaréis, no me pude mover de posición en toda la noche. Pero no pasé frío, eso os lo puedo asegurar.
Cuando me levanté por la mañana, alrededor de las 6 de la mañana ¡¡¡había nieve dentro de la tienda!!! ¡¡Estaba nevando!!
Súper emocionada salí fuera. Como una loca cogí la cámara de Dada -yo me había quedado sin batería- y me puse a hacer fotos sin parar. A los burricos que sufrían el frío con tranquilidad, al paisaje, a las montañas, a las tiendas, a la gente, a mí misma...
Y no tengo palabras, así que os lo muestro en imágenes.
Ese día empezamos el trekking pisando nieve. Era el último día y nos tocaba pasar el punto más alto. Después e eso era ya todo casi cuesta abajo. Unas 4 horas bajando tras unas dos horas de subida.
Al final la subida la hicimos con salero en 1hora y cuarto. Y empezamos la bajada. Primero por el camino y luego a la brava dejándonos deslizar por las piedras y el barro. Necesitábamos bajar pronto porque Vicky llevaba con dolor de cabeza desde la noche anterior y ahora empezaba a tener náuseas. Los dos son síntomas del mal de altura y cuando los notas tienes que estar muy atento y descender con mucha rapidez si continúan. Así que comenzamos la bajada en plan salvaje. En el camino nos alcanzaron dos locales con caballos que nos fueron diciendo el camino. Seguimos su ritmo hasta que paramos a comer. Os juro que para entonces estaba agotada. Los locales ya están hechos al terreno, al camino, a todo. Y seguir su ritmo no es fácil. Igualmente preferíamos eso a volvernos a perder.
Ya habíamos hecho lo más duro. Y desde el momento en que paramos a comer hasta el final del trek fueron solo unas 3 horas más, a un ritmo mucho más tranquilo.
Para cuando llegamos a Shang Sumdo ya habíamos quedado con una chica americana que hacía el trekking con otro grupo que volveríamos esa noche a Leh con ellos en un coche que les estaba esperando. Cuando ya estábamos todos súper bien puestos en la parte de atrás de una ranchera, el conductor la intentó encender y no hubo forma. Después de un rato de intentarlo una y otra vez no hubo forma.
¿Cuál era el problema? No suficiente carburante. Vamos, que le faltaba gasolina. Al modo indio se pusieron a mover el coche de un lado a otro para ver si reconocía algo más de gasolina. Pero es que de donde no hay, no se puede sacar. Increíble pero cierto. Resulta que un coche que viene a buscarte en medio de la nada, al único pueblo al que se puede acceder con coche tras 5 días de caminar entre aldeas ¡¡¡y al conductor no se le ocurre llenar el depósito de gasolina!!!
Pues le tocó salir corriendo a buscar más. El tema era que había 10 kilómetros y ningún medio de transporte entre el lugar donde estábamos y la siguiente gasolinera. Así que allá se fue caminando rápido.
Mientras, nosotros nos buscamos la vida y también nos fuimos a caminar. Pero no en busca de gasolina, sino de cobertura para el móvil. Una hora después la encontramos y Vicky llamó a una amigo suyo que vino con su coche a buscarnos unas dos horas más tarde.
Al fin pudimos dormir en Leh esa noche y pegarnos una ducha, tras 4 días sudando y sin tocar el agua.
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